jueves, 28 de noviembre de 2013

EL DIARIO DE MARÍA: violencia domestica



Mujeres empoderadas
"No se nace mujer, se llega a serlo"  Simone de Beauvoir
"Las heridas de violencia no se curan con pastillas de ninguna especie,

 ni con ejercicios, ni libros de autoayuda."
La violencia domestica es un hecho que avergüenza, porque los prejuicios tienden a culpabilizar a las mujeres.
“El Diario de María”,  es la historia de una joven mujer que se casó enamorada y luchó durante años por mantener su matrimonio, el cual se disolvió por la violencia. El Diario está estructurado en dos partes: La primera, María,  reflexiona sobre la condición histórica de la mujer, sometida a patrones culturales que conllevan a su negación y la naturalización de la violencia.   En la segunda parte María narra su experiencia vivida como víctima de la violencia psicológica y física. Rememora la tristeza, el llanto, sentimientos de culpa, de fracaso, los efectos del aumento de peso. Cierra su Diario en forma optimista: ha recuperado su autoestima y su vida esta plena de ilusiones y  proyectos, al lado de sus hijos y siempre como dice “al lado de la historia”.
"El muro más grande, desde mi particular punto de vista,
 es la unidad resultante de la negación de la mujer y la naturalización de la violencia."
Ser y sentirse mujer resulta una amalgamaba de miles de estados, sentimientos, complejos, aspiraciones, prejuicios. Es una lucha constante que no duerme, se trasnocha y levanta temprano. Verdaderamente, ser mujer no es fácil porque se entrecruzan lo que se cree, lo que se debe, lo que se desea, lo que se aspira de este género. Estas suelen ser exigencias anticipadas por la sociedad, la religión, la familia y las buenas costumbres. Por ejemplo, en una época una buena mujer era la que procreaba más hijos. Sea cual sea la plataforma desde donde nos situemos la mujer termina siendo para la hechura del otro: madre para su prole, mujer para su hombre.
" Aún en el siglo XXI incomoda a algunos la independencia femenina."
El reconocimiento de la mujer es un asunto complejo que todavía sigue causando ciertas inconveniencias sociales. Las incorporaciones al habla que se han hecho recientemente incomodan a los hablantes mujeres y hombres, quienes desde una lógica influenciada por la dominación manejan cualquier cantidad de argumentos para no utilizar la letra “a”. Adán peca por culpa de Eva quien lo tienta a comer del fruto prohibido, y la más grande de todas las mujeres “María,” madre del hijo de Dios, es inmaculada y virgen. En el discurso cristiano la mujer es símbolo de sacrificio, entrega, devoción, pureza, obediencia, fidelidad. Una mujer profesional todavía a comienzos del siglo XX era una ofensa, una mujer soltera que decidiera no casarse ni tener hijos una loca. Aún en el siglo XXI incomoda a algunos la independencia femenina.
El escenario donde nos toca vivir está fuertemente cargado de violencia, desde las palabras a las cosas, se ha impuesto un cerco que cercena con vigor a las mujeres. El muro más grande, desde mi particular punto de vista, es la unidad resultante de la negación de la mujer y la naturalización de la violencia. De tal forma, que frente a nuestros ojos ocurren millones de situaciones donde se violenta a nuestro genero y nosotras las pasamos por desapercibidas, porque nuestra enajenación nos impide verlas y reconocerlas.
 He escuchado decir incontable número de veces de las bocas de amigas, madres, vecinas, compañeras, hermanas y mujeres en general, con orgullo inclusive, que tienen suerte porque no han sufrido en carne propia la violencia domestica. La realidad es angustiante porque se cree que podemos cargar con las penas de nosotras y de todas las demás mujeres de nuestras vidas sin padecimiento. La negación de la violencia se manifiesta en el dedo acusador de la culpabilidad, en la distinción entre mujeres débiles y fuertes, en la incomprensión da cada circunstancia en particular no sólo de parte de  los hombres sino de las mismas mujeres.
" es inevitable que me dirijan cualquier observación o comentario sobre mi obesidad...
algunas personas hasta han llorado al verme."
El pasado 8 marzo tuve la oportunidad de asistir a un evento de los tantos que se organizaron para conmemorar el “Día Internacional de la Mujer.” En un ambiente adornado de poemas, canciones y flores me encontré con una vieja amiga vinculada a los estudios de género. Desde hace algún tiempo, cada vez que me reencuentro con gente que tengo muchos años sin ver, es inevitable que me dirijan cualquier observación o comentario sobre mi obesidad. Antes sólo sonreía y me quedaba callada. Pero, recientemente, digo mi verdad, respondiendo que se debe a la depresión y subrayando la cantidad de kilos que he perdido. No tienen idea del látigo tan duro que representa para mí la cantidad de afirmaciones y preguntas que me hacen para satisfacer su curiosidad, soltando la reiterada expresión: “Maria  tú eras tan bonita,” y continúan… “tu cuerpo, la bicicleta, la natación….no, no, no…” algunas personas hasta han llorado al verme. Pues, a pesar de los 29 Kilos menos que llevo, una vez más volví a ser protagonista de dicha escena con esta amiga, y bueno entre las tantas cartas que pude barajar para asegurar que tenía total control de mi situación, le lance sin antesala los hechos dolorosos que he vivido los últimos años subrayando la muerte de mi papá y mi hermana, pero sobre todo, mi matrimonio, mi separación y mi divorcio.
Era de esperarse que la cuestión no culminara ahí, y seguimos hablando sobre la violencia de género. Me afecto mucho este encuentro, tanto así que reencarné el dolor que pensaba que había superado. Les voy a confesar mis razones.
 "Las heridas de violencia no se curan con pastillas de ninguna especie,
 ni con ejercicios, ni libros de autoayuda."
Hay preguntas que creó que sobran, aún más viniendo de gente que se supone conoce de violencia. Afirmaciones teóricas, argumentos, formularios y recetas que lejos de acercarnos nos distancian a la hora de comprender el proceso. Las heridas de violencia no se curan con pastillas de ninguna especie, ni con ejercicios, ni libros de autoayuda. Es cierto que muchas organizaciones contribuyen y han avanzado en el tratamiento y la ayuda para las mujeres que han sido víctima de la violencia doméstica. Pero, después de tantos años, no pude soportar que me hicieran estas preguntas: ¿Te golpeó?, ¿lo denunciaste?, ¿lo pusiste preso? Porque, sigo teniendo la respuesta que tenía en el 2004.
La violencia domestica es un hecho que avergüenza, entre otras razones, ya que los prejuicios tienden a culpabilizar a las mujeres. Que te digan que si hubieras sabido como identificar a tu agresor, es tanto como decirte que si le hubieras abierto tu corazón a Cristo seguro no te hubieran agredido. Estas dos afirmaciones colocan la culpa en la mujer y no ayudan. Mi respuesta es la siguiente: ¡Claro que me golpeó! Me golpeó de todas las formas posibles. Me golpeó el orgullo, la dignidad, el respeto, la vergüenza, el amor, las aspiraciones, los deseos. Me golpeó con palabras hirientes, con sus manos y objetos. Me golpeó con su mirada y su pensamiento.  ¿Acaso, no es de suponerlo?
La medicina forense cataloga golpes y moretones como traumatismos leves, nada dice de las heridas que no se perciben a simple vista. Recuerdo cuando me examinó el médico forense y me  preguntó ¿qué estaba haciendo yo para resolver ese problema?. ¿Qué podía hacer? Después de tantos intentos fallidos de ayudar a quien era mi esposo, de justificarlo porque él también había sido víctima de violencia, de perdonarlo suponiendo que el amor lo vence todo, no me quedó otro camino que el divorcio, ya para la fecha había vivido 5 años de matrimonio conflictivo. Desde mis primeros meses de casada sabía que no sería para toda la vida, porque comencé a padecer con sus celos enfermizos, de ahí un corto paso a las descalificaciones, después a la violencia contra los objetos y animales, y yo que conocía teóricamente esa progresión, sabía que vendrían empujones y golpes, como en efecto sucedió en varias oportunidades.
Cese a la violencia de género
Me separé y me divorcié, porque si no lo hacía, literalmente, quien era mi esposo me hubiera matado. Lo grave de  mi situación era que nadie se imaginaba por lo que estaba pasando. Ni mi mamá, ni mi papá, ni mis hermanas y hermanos, ni mis amigas cercanas, ni mis compañeros de trabajo, ni los vecinos, ni mis amigos, solo yo. Éramos un matrimonio bonito con dos hijos bellos. Cuando salíamos a pasear llevando a los morochos en el coche la gente nos paraba en la calle o en los centros comerciales y nos los decía. Además, públicamente hacíamos demostraciones de afecto, nos besábamos, nos tomábamos de las manos, nos abrazábamos y nos tratábamos con dulzura. ¿Quién podría imaginarlo?  
Yo me enamoré “perdidamente,” tolerando durante nuestro noviazgo los celos. Creí que eso pasaría con el matrimonio pero no fue así. Desde antes de graduarme de bachillera había tomado la decisión de ser una mujer profesional, no faltó quien me dijera que trabajaría hasta que me casara o que simplemente estudiaría para colgar el título.  A lo que yo respondía con una negativa enfática que no me quedaría entre las cuatro paredes de una casa. Con eso he cumplido porque mi profesión ha sido una de mis columnas.
Sin embargo, cuando comencé a vivir en pareja me impuse ser una buena esposa, entonces, cuidaba a los niños con esmero, aprendí a cocinar divino, tenía la casa siempre en orden, ayudaba a mi marido con sus estudios, cumplía con todos los deberes maritales sin importar lo poco o mucho que hubiera trabajado en el Pedagógico. En síntesis, “era una buena esposa”. Aún más, una vez le dije que renunciara al trabajo y se dedicara a estudiar para que se graduara más rápido. Yo fui quien compró la casa. Todo eso era insuficiente, porque siempre había un grano más de sal o de azúcar, los morochos lloraban y tosían, las perritas se comían los muebles, el granito del piso de nuestra casa nueva se había cuarteado, las lajas eran demasiado rosadas y las paredes estaban mal frisadas. Cualquier cosa era combustible para la inconformidad y la ira.
Pues, yo tragaba grueso aferrándome a lo bonito, a mis hijos, a los días en la montaña, al Orinoco, a los proyectos que habíamos planeado juntos. En medio de las descalificaciones redacté mis trabajos de grado de Maestría y de Ascenso a Asistente, que empresa tan grande, porque significaba luchar contra el trabajo, el cansancio, y el tiempo. Cada vez que me sentaba frente a la computadora comenzaba a manifestar toda una apología de mi incapacidad y mi minusvalía intelectual. Todavía me asombra mi capacidad, porque a pesar de las observaciones que me hizo el jurado en ambos casos, estoy muy conforme con el resultado y no me faltaron los elogios. Pero, tampoco era lo suficientemente inteligente, porque no bastaban mis conocimientos de historia, sino que debía saber de agronomía, filosofía, política, religión y cualquier cosa que se le ocurriera a mi esposo.
"Con toda sinceridad les confieso... que abrigaba la esperanza de un milagro"
Aunque habìan pasado 5 años tomé la decisión de cortar por lo sano antes que "la sangre llegara al río". Con toda sinceridad les confieso que no quería divorciarme, que abrigaba la esperanza de un milagro, desde la primera desavenencia le dije que no lo iba a aguantar siempre. La razón no me indicaba otro camino más seguro que el divorcio. Por supuesto, el tampoco se quería divorciar. Me tocó a mí con las heridas abiertas buscar al abogado y organizar todo en menos de 15 días. Por cierto, tuve que descartar a dos abogados que me aconsejaron que lo perdonara. Me trague las lágrimas y fui fuerte. Nadie me vio llorando en los pasillos. Solo falté una semana al trabajo y volví como si nada. Un 14 de febrero fue el día que lo deje después de su más feroz agresión. Como para que más nunca en mi vida pudiera celebrar con ilusión ese día que suelen llamar “de los enamorados.” En marzo comencé mis estudios doctorales en la UCV y tratándose de mi, no podía ser de otra manera que con éxito.
No me desplomé, ni lloré, ni guardé duelo, seguí con todas mis responsabilidades creyendo que podía salir inmune en una balacera, en un estallido atómico, o en cualquier siniestro, seguí y seguí. Pero, la verdad es que me estaba muriendo por dentro, que no soportaba el dolor, que vivía la angustia y el miedo, que me sentía culpable de haberle quitado el padre a mis hijos, que me sentía culpable de haberle permitido todo lo que me hizo, me sentía culpable por haberlo amado y por seguirlo amando a pesar de todo. En consecuencia, me sentía estúpida, fracasada, débil, inferior, sentía que no era nadie, aunque ante los ojos de las personas que me rodeaba todavía seguía presentándome como una mujer triunfadora. Pude levantar filas de ladrillos para asegurarme que nadie alcanzara a verme en mi interior. Deje de ir a la Psicóloga porque no me convencían sus recetas y me hacía sentir  mucho más culpable.  
De todo ese calvario, recuerdo todas la veces que la gente se asombró con mi divorcio. No faltó quien insinuara que había sido por mi carácter y personalidad. Una vez la mamá de una querida amiga y ex alumna,  me digo algo parecido a esto: que si el cambiaba podría volver con él. Yo asombrada le respondí que eso era imposible, recalcando que no entendía como ella era capaz de sugerirlo trabajando con un refugio para mujeres maltratadas. No era extraño que eso sucediera porque quien era mi esposo era uno de esos hombres “encantadores” que le cae bien a todo el mundo. Me encantó a mí y a los demás. Después que nos separamos estuvo muy cercano a un grupo de mujeres que habían sido violentadas. Se convirtió en fervoroso defensor de los derechos de la mujer. Como era de esperarse no me dejó de “amar,” todavía me ama y está tratando de cambiar. Se ha atrevido en algún momento a calificarme de violenta, de agredirlo y maltratarlo.
"Salir del hueco profundo en que me encontraba ha sido lo más difícil de mi vida".
 La historia mi compañera constante y me ha permitido lenta y concienzudamente mirarme desde adentro. Mirarme en el trato que tuve con cada hombre de mi vida comenzando por mi papá. Detenerme a analizar cada una de mis relaciones sentimentales, mis novios, mis amigos. Mi aptitud frente a la vida cargada y amarrada a unas aspiraciones y patrones que no fueron construidos por mí. Que yo pensaba que eran míos pero que fueron copiados en algún momento. Desnudarme hasta los huesos y sentir de nuevo mis heridas. Tomarme el tiempo para volver a verme como lo que soy, para mirarme al espejo y recordar que soy mujer. De las tantas cosas que había renunciado, puedo decir, que había renunciado a mi vida para vivir la de otros que yo ni siquiera conocía. Creo que he dado un simple y pequeño paso, pero un paso firme y seguro, porque de verdad me he visto, y me gusta mucho lo que veo, me gusta tanto que la emoción se desborda en lágrimas y me embarga una sensación de tranquilidad y fe en mi misma que anuncia nuevos tiempos.


11-03-2012.